Pasos desorientados que no producen
sonido y trazan un esquizofrénico rumbo sólo por encontrar un refugio en ella,
mi amada. Pensamientos pantanosos que irritan mi mente. Besos calculados de
forma frívola y sutil que se ejecutan sin anestesia alguna. La imaginación
duele cuando se conversa con la inspiración, pues se encienden mechas que
inician un gran oleaje de ideas que no conducen a nada y que al hacerlo
conducen a todos lados.
Miro temblar su labio inferior mientras
nos pintamos un beso con los dedos. Froto todas mis intenciones vagas para que
aparezca la esencia sensual de nuestros poros cual genio de lámpara concediendo
deseos. Imito el vuelo de un ave mientras recorro su espalda con la lengua, la
extraño, y duele aunque me haga sentir vivo en un sueño muerto. Lleno mi vasija
de lágrimas y al sumergirme en ésta navego por recuerdos que ondean la bandera
con el nombre de ella, mi amante nocturna, mi compañera de la mañana. Ahora
mismo quisiera estar soñando en sus manos.
Dibujo su rostro en el suspiro suave del
humo de un cigarrillo. Las nubes se desintegran con el calor y caen en pedazos
mojando el contraste de mi piel haciendo que brote colores de podredumbre por
sentirme solo cuando la tengo lejos. Cada noche es un cuchillo envenenado que
arranca uno a uno mis lunares y los devora el aire sin contarlos como lo hace
ella. Se me adormece la sonrisa tras exhalar su nombre como intentando
repetirlo para que esta tortura de no tenerla no me lo arrebate.
El sol como plato de oro quema mis
miedos, y se lo agradezco, porque ¡Ay de mi amor sin ella!, pues he tenido
premociones fatídicas y en cada una me veo triste sentado frente a las
escaleras de una casa comidas por el salitre, hundido en el fondo del alcohol
sin derecho a vender mis ropas y mi piel para recuperar mi alma, esta alma que
no es más que la dulce melodía de la voz de mi amada cuando menciona mi nombre
en cada gemido. Ahora mismo quisiera estar soñando en sus manos.
Me miro al espejo y encuentro su
reflejo, el mío se lo llevo ella como acompañante en esta distancia que permite
una conexión sin audio. Beso mi dedo índice en señal de nuestro pacto
incondicional y le transfiero toda la energía desde este lado del portal que
insiste en hacerme creer a través de él no estamos tan lejos, pero el
consciente latido de melancolía, que aunque parezca irónico, me dice dándome la
espalda que sus labios están lejos y tardará solo días en volver.
Llueve repentinamente y el cielo se
agrieta en relámpagos que producen ardor en mi corazón. Cada rincón en las
calles lleva nuestros nombres tatuados con tinta invisible y me hacen sonreír
con canciones que se adaptan a nuestra historia. Parejas amantes se pasean
frente a mí en carnavales de besos y abrazos que incitan al suicidio de mi
fortaleza, pero entiendo que como esas parejas, ella y yo hemos recorrido esta
ciudad gris faltándole el respeto a la gente con nuestro amor, porque es más
fácil faltarle el respeto a la gente que a las ganas de amarnos y acariciarnos
con las insinuaciones de nuestros labios, pero es triste, porque ahora mismo
quisiera estar soñando en sus manos.
El tiempo parece bloquearse cada vez que
me desespero, juega conmigo, me eleva y me lanza como una hoja de papel sin
letras hacia el abismo sin salida de la frustración, sin embargo lucho por no
respirar bajo el lago de su ausencia para no ahogarme en el desnivel que me
dejan las burbujas de mis pulsaciones aceleradas. Me acuesto a esperar porque
sé que en las noches es que sueño con ella. No hay consuelo en esta odisea
inconcebible que me guía de manera forzosa hacia mi deceso.
Me invento mil formas de derribar este
desasosiego que inmuta mis movimientos. Ella controla mis hilos, ella promueve
mi felicidad, ella, ella, solo ella me hace obviar la decadencia de la
sociedad. Hago un collage con fotos viejas y nuevas y me pierdo deliberadamente
sin siquiera tener un poco de raciocinio por mantener los pies en la tierra,
¿Porqué de qué valdría amar sin sentir aspaviento por la persona amada? Una
disyuntiva me hace parecer sordo ante el mundo ciego que no veo sin ella. Ahora
mismo quisiera estar soñando en sus manos.
La luna de vez en cuando me roza el
rostro con suaves pétalos de su brillo. Mis ojos se vuelven estrellas que miran
a mi amada en su ausencia. ¡Que látigos tan obsesionados con el dolor los que
dibujan cicatrices en mi espalda! Ella, ella, no quiero dejar de saber de ella,
pues quema como fuego envenenado, abraza y quema, besa y quema, y al hacerme el
amor me envuelve en lava y en un crepitar mudo que no es más que suspiros de
fuego que me hacen desaparecer.
Amalgamo ciertas razones y motivos para
que aumente este sentimiento del que me aferro cual sediento al agua, cual
moribundo a la vida, cual suicida a la muerte. Ella ha encriptado mi espíritu y
lo ha vuelto la sangre de su alma, me parece perfecto, sí, me parece perfecto.
Este excelso deseo que siento por su desnudez me aturde y hace vibrar toda mi
existencia, la amo, sí, la amo y ahora mismo quisiera estar soñando en sus
manos.
Los ebrios días ventilan el inédito
murmullo de quien se ahoga en amores perdidos, pero yo no formo parte de esta
pantomima, que a decir verdad radica en el más vil acto de pesadez desde donde
se asoman vacilantes segundos que no aspiran a ser minutos. Montañas de
palabras nacen frente a mí y compongo un sinfín de oraciones que aunque no
lleven el nombre de mi amada llevan su rostro matizado en una inspiración que
es la muestra perfecta para convertir la fantasía en realidad.
Al partir ella se lleva todo de mí y al
volver me regresa más de lo que se llevó, pues basta solo con palpar el olor de
sus cabellos cuando bailan frente a mí para sentir que me devuelve más de lo
que se lleva. Este amor compone palabras desaparecidas, perfecciona el aire,
distorsiona el ambiente, construye un puente de placer y deseo sobre el mar de
la soledad. La deseo tanto que sería capaz de hacer que tiemble la tierra con
un salvaje roce de su piel. La amo, la amo más que ayer, más que hoy y aún sin
tener una visión exacta del futuro, la amo más que mañana, pero ahora mismo,
solo ahora mismo quisiera estar soñando en sus manos.
Me desvelo en el leve pronunciamiento de su nombre. Me hundo en el ocaso de
sus ojos mientras visto de agonía la pulcritud de aquellas palabras que no
mencionamos al quitar las ropas de los besos silenciosos que nadan en rumbo
contrario a las agujas del reloj. Descuido mi defensa y ella entra
sigilosamente acariciando el brillo de las palabras que deja guardada en el
vibrar de la noche, en el ensueño de las estrellas. La espera tarda, el
encuentro es ambivalente.
Escapa de mi mente y huye al claroscuro de las calles olvidadas. Me ignora
sin querer cual semáforo sin luz que me desorienta mientras el sol baña
completamente el asfalto que es invadido por el musgo, ese musgo que forma un
mundo en miniatura perfecto y nos hace sentir gigantescamente idiotas. Un
triste relámpago se pierde en su unísono llanto sin tener rincón alguno con el
cual chocar para así rebotar contra mi cara y quitarme el maquillado disfraz de
alegría creado por inútiles coincidencias que sólo hacen bulto. Ahora mismo quisiera estar soñando en sus
manos.
Me desvelo en el leve roce de su distancia y cavilo en esa desnudez que
vivifica mi aliento, este aliento que gotea sin ritmo y sin sonido. Íngrima
tortura y sutil dolor que componen melodías de miedo en mis entrañas. Se
deshilacha mi piel en suaves jirones cada vez que sé de ella, cada vez viste a
mis oídos con sus susurros, cada vez que se lleva el color de mi piel en
lamidas de placer. Que deseo tan masoquista este, que lleva la marca de su
nombre y la firma de mis besos, que deseo tan masoquista este, que me apaga la
vida en aruños de muerte y me la enciende en caricias prohibidas.
Me cuesta tanto mantener estos tumefactos pensamientos de nosotros, siento
que me desharé en pedazos y volveré a la normalidad vistiendo su piel. Detesto
tenerla lejos porque el suelo se vuelve movedizo y no soporto sostener la
respiración evitando hundirme para no perderme en el paralelo mundo de los
exiliados del desamor. Mi habitación se borra poco a poco y va dejando trazos
de un desierto de fotos sin velar, un desierto que se adhiere al desesperado
murmullo del tiempo que, me enviste con fuertes dosis de mensajes vacíos. Como
quisiera tener el poder de construirle esa casa bajo el mar antes que las
personas terminen de matarse unas con otras, como quisiera ahora mismo estar
soñando en sus manos.
Me desvelo en el leve trasfondo de su sonrisa, ese que no es más que la
carcajada ahogada de su ser. Sorteo con cierto riesgo los declives de la
monotonía volviéndome un asesino sin fines de lucro de la parsimonia que
frustra mi andar, este andar sin control porque ella está lejos. El sugestivo
sahumerio de inciensos me eleva por recuerdos alegres que me ponen triste,
recuerdos que me hacen refugiar en libros de poesía incomprensible, poesía
muerta por el tiempo. Como me gustaría colocarle una pistola en la cabeza al
ser que controla el tiempo y chantajearlo con matarle para que apresure sus
pasos para que ella vuelva corriendo a abrazarme con esa sonrisa me
congela.
Su amor es mi religión y soy genuflexo ante su santa inquisición. No
consigo manipular la forma con la que se dilapidan mis intenciones de querer
ser el visor de sus senderos. El viento me arrastra hacia un punto cardinal que
no aparece en mi brújula. Que fatiga tan obscena me causa estar sediento de sus
besos, esos besos que me ha enseñado y que he perfeccionado yo. Ansío sin
vacilación alguna entrar cada noche a su cuarto mientras está ausente y
abrigarme con ese dulce sabor de su olor que deja impregnado en sus sabanas,
las mismas sabanas que han cubierto nuestra naturaleza desnuda mientras ambos
intentamos asesinarnos de pasión. Su ausencia es electrizante, daría lo que
fuera por estar ahora mismo soñando en sus manos.
Me desvelo en el leve sonido de las olas
que llegan desde otras costas hasta mis pies con cierta ignorancia y temor de
llevarme. Me duele el alma cuando almuerzo solo y la esquizofrenia me hace
imaginarla sentada a mi lado y me insinúa que me da un abrazo desde atrás. Me
automedico con la mirada, el abrazo y el beso que me da al partir, siento que
me dará cáncer con su nombre. Las cosas pierden sus colores sin su aliento y yo
pierdo los latidos si no está constantemente tocando mi corazón. Quiero besar
sus ojos cada mañana y plasmarle las huellas de mis labios en los suyos para
desvelarme en el leve suspiro de su nombre y en su voz llamándome.
Por eso y más quiero que tan sólo por
una noche me rescate del naufragio al que me ha condenado la lejanía de sus
labios. Que me permita el derecho a vivir inexorable de ese desequilibrio incesante
de sus pupilas cuando me mira. Que me otorgue tiempo para que mis manos le
muestren a su espalda como se transfigura el oxígeno gris y se convierte en
gemidos que sonrojan.
Que me dé poder para cubrir el espacio
que ocupa esa soledad que la convierte en su presa. Que me deje convertir sus
anhelos de escape en un reloj de arena interminable. Que no postergue más el
sonido simbólico del himno compuesto por mis suspiros, estos que borrarán sus
miedos con un beso condenado a ser prisionero en su boca. Las noches no se
inventaron para beberlas sin compañía, al menos no para ella ni para mí, pero
si así fuese para la eternidad, que ella, mi amada me lleve en su ropa, en su
cabello, en las grietas desiertas de su boca y me esparza en su cama para que
me quite estas ganas de querer ahora mismo estar soñando en sus manos.
Por eso quiero que tan sólo por una
noche me haga caer en el juego del destino y seamos títeres de este hecho
inenarrable que nos invita a desangrarnos de lujuria al cuidado de una vela que
crepita danzante frente a dos amantes que no somos ya. Que tan sólo por una
noche cierre sus ojos mientras la observo y al abrirlos en la mañana me vea
durmiendo a su lado.
Que cierre sus ojos y me encuentre más
allá de sus parpados, en esos sueños donde buscar la felicidad es un
interminable viaje sin equipaje. Que llegue a mi cuarto y me observe al borde
de la cama, nostálgico, sin remedio, un caso perdido en este juicio injusto, y
no sienta lastima ni compasión, sino amor como ayer, ese ayer envejecido. Que
se sorprenda al ver como mis suspiros han mutado en lágrimas que se desvanecen
como aquellos momentos donde solía apoyar mi cabeza sobre sus pechos para auscultar
la canción de su vida, aquellos momentos cuando me dormía con el rítmico fluido
de su sangre después de limpiar el sudor de su cuello con mi lengua.
Por eso y más, quiero que difumine con
su aliento esta melancolía que se ha convertido en un crujido tormentoso que
borra sin la mínima piedad cada rasgo del destino para el que fuimos hechos.
Ella ignora que su aroma se ha convertido en polvo seco incapaz de flotar, ese
polvo que inunda mi respiración para hacerme estornudar con la misma fuerza con
la que la amo. Ya no estoy donde ella está, se ha ido a donde creo no quiere
que yo esté.
Ya no sólo quiero soñar en sus manos, yo
quiero ser las manos donde ella sueñe. Quiero ser el sueño que cubra sus manos,
porque yo prisionero del insomnio, noctámbulo de su recuerdo, soy más que su
otra mitad. Soy el único capaz de controlar el don con el que percibo el olor
de un café a las cinco de mañana con tan sólo mirar sus ojos, sí, esos ojos
marrones que me hacen perder en sus gritas misteriosas, como si fuesen un
agujero negro que me transporta a otra dimensión construida por el contacto
insaciable de su abdomen sudado con el mío.
No sólo quiero estar ahora mismo soñando
en sus manos, quiero que ella, diosa, hembra toda, me guíe a buscar la salida
de este laberinto para despertar de este sueño donde no puedo dormir sin su aliento.
Tan sólo regresar a esos días donde ella era un “buenos días” en voz baja.